Esta mañana quería contarte que me he levantado temprano.
Que la lluvia de ayer ha bajado la temperatura, y el sol es más claro.
Quería contarte que no me he puesto guantes para sujetar las pocas tomateras que seguían esperándome, porque con la tierra mojada es muy fácil clavar las cañas sin llevarme sus astillas.
Y porque hace unos días me dijeron cómo quitar esas manchas oscuras que tiñen la piel cuando tocas sus hojas.
Abres un tomate verde, te frotas con su pulpa y la piel recupera su color.
Quería contarte que mientras miraba los tomates recordaba dos panes, de esos redondos y pequeños, calentitos, rellenos de tomate, cebolla y sardina desmigada, con aceite del bueno, un puñadito de perejil y un ajito muy picado.
Que me encantaría probarlo contigo entre los rosales, sentados a la sombra de los olivos.
Y que tú eligieras qué nos bebemos.
Esta mañana quería contarte que me atraganto con tantas cosas que no puedo contarte cuando no estás.
“Después de todo, te confieso que
buena parte de esta carta un poco loca es algo así
como un tierno camuflaje
para disimular una sola verdad: te extraño.”